Por Guillermo Posada*
El 29 de mayo de 1969, dirigentes sindicales y comisiones de base
empujaron a las calles la exigencia de respirar nuevos aires en el país.
Agustín Tosco de Luz y Fuerza, Atilio López de UTA, Jorge Canelles de
UOCRA y Elpidio Torres de SMATA, dieron forma al Cordobazo.
“El saldo de la batalla de Córdoba, "El Cordobazo", es trágico.
Decenas de muertos, cientos de heridos. Pero la dignidad y el coraje de
un pueblo florecen y marcan una página histórica argentina y
latinoamericana que no se borrará jamás”.
Así describió Rodolfo Walsh en el Diario de la CGT de los Argentinos
los acontecimientos del 29 de mayo de 1969. Córdoba fue entonces el
punto de condensación, como describe la historiadora cordobesa Mónica
Gordillo, de las luchas sindicales y políticas que arrastraba la década
del ’60.
Aquellos años, marcados por la proscripción del peronismo, gobiernos
seudodemocráticos débiles e ilegítimos y dictaduras militares que se
repetían para impedir el ejercicio de la voluntad popular en el
gobierno, cimentaron el camino de la acción obrera en un período de
expansión popular que resistía los mandobles de una dictadura que
resbalaba en su propia decadencia. Una camada excepcional de dirigentes
sindicales y comisiones de base empujaron a las calles la exigencia de
respirar nuevos aires en el país. Nombres como Agustín Tosco de Luz y
Fuerza, Atilio López de UTA, Jorge Canelles de UOCRA o Elpidio Torres de
SMATA atravesaron el prisma de la historia para difuminar sus propias
diferencias y confluir en el podio de los luchadores de la causa popular
argentina.
La ciudad, conocida en aquellos años como la Turín argentina,
mostraba un amplio desarrollo industrial metalmecánico, la universidad
nacional vigorosa y llena de estudiantes ansiosos por protagonizar su
momento histórico y una clase media que, aunque siempre aplastada por la
matriz beata mediterránea, también expresaba el hastío hacía un
gobierno de tinte fascista que reducía libertades y desorganizaba, a
fuerza de represión, la vida pública. A ello se sumaba el despertar de
curas tercermundistas que abrazaban la causa obrera con fervor. La
revista “Cristianismo y Revolución” era su órgano difusor. “Ellos
hablaban de revolución abiertamente, cuando Tosco era mucho más medido
en público”, cuenta el legendario periodista Ernesto Ponsati,
colaborador de prensa en el Sindicato Luz y Fuerza de Córdoba entre el
’64 y el ’74.
Si aquel 29 de mayo, Día del Ejército para más detalles, las columnas
de trabajadores entraron al centro de la ciudad por los cuatro puntos
cardinales y dominaron el terreno hasta las cinco de la tarde, fue fruto
de años de convulsión presurizada donde las demandas de libertad
política, mayor calidad de vida y el ejercicio de los derechos
sindicales, se mezclaba con la onda planetaria crítica al sistema
capitalista, la relajación de las costumbres sociales y el anhelo de una
revolución social donde, para muchos, Juan Domingo Perón tenía un papel
insustituible. Si para otros la figura del General no incluía cambios
en la estructura social del país, esas discusiones quedarían para más
tarde.
La ceguera de la dictadura atacaba por igual a los trabajadores y, en
Córdoba, la división entre colaboracionistas y combativos se remendó
para resistir la pérdida de las quitas zonales y el sábado inglés,
derechos adquiridos que la orgullosa clase obrera cordobesa no estaba
dispuesta a tirar por la borda que proponían las políticas neoliberales
de Adalberto Krieguer Vasena, ministro de Economía del dictador Juan
Carlos Onganía.
La división entre la CGT de los Argentinos –que rechazaba de plano al
régimen y era comandada por Raimundo Ongaro–, y la CGT Azopardo
–colaboracionista con Onganía y dirigida por Augusto Vandor– tenía
características propias en la provincia: la minoritaria a nivel nacional
era mayoría en terreno cordobés. Sin embargo, aún siendo más sindicatos
la CGTA no contaba con los sindicatos industriales que podían movilizar
miles de trabajadores desde el cordón industrial hacia el centro de la
ciudad.
“Ante las diferencias sobre la política nacional los dirigentes
optaron por la consigna ‘unidad en la acción’ como fórmula para subsanar
las diferencias”, recuerda el abogado laboralista Luís Reinaudi,
secretario Gremial del Sindicato de Prensa en 1969 con sólo 24 años. La
pueblada cordobesa, que descarta el espontaneísmo como explicación
histórica, tuvo los dientes apretados y una organización detallada que
incluyó a Tosco enseñando a los compañeros mecánicos cómo armar las
bombas molotov en los fondos del gremio. “Me lo contó el gringo en
persona”, afirma Ponsati.
El desenlace
“SMATA era la infantería de la clase obrera cordobesa”, señaló el
abogado Lucio Gazón Maceda a la revista Umbrales al cumplirse el 30º
aniversario del Cordobazo. Sus asambleas eran masivas y expresaban la
dinámica social de la época. “Había una conciencia de la propia fuerza
muy grande”.
Elpidio Torres, obligado por sus bases y empujado por el dúo que
formaban Tosco y Atilio López, convocó a una asamblea general el 14 de
mayo en el Córdoba Sport, club donde se realizaban peleas de box, que
fue duramente reprimida por la policía. Eso terminó de decidir al
dirigente, que en Buenos Aires el diario de la CGTA calificaba de
‘cipayo’, pero que en Córdoba era valorado como un táctico que asumió
sus responsabilidades el 29 de mayo.
El paro de UTA, realizado en 5 de mayo, ya había demostrado la
capacidad de bloquear la ciudad, sólo restaba ocuparla. Cuando las
columnas de trabajadores de IKA-Renault abandonaron la planta a las 11
de la mañana, los obreros llevaban sus bolsillos repletos de municiones
de rulemanes que harían horas después retroceder a la Guardia de
Caballería en una mitológica imagen televisiva donde se pudo observar a
los policías a caballo escapar de la furia de los manifestantes. El
asesinato del tapicero de Renault Máximo Mena al medio día, en la
esquina de Arturo M. Bas y bulevar San Juan, enardeció los ánimos y la
policía se retiró de las calles, desbordada, cuando se le terminaron los
gases lacrimógenos.
Las barricadas se sucedieron en cada esquina y el pueblo salió de sus
casas para participar de la contienda, aportando material para las
fogatas y apedreando a la policía, mientras el gobernador Caballero
rogaba que el Ejército controlara una situación salida de madre. Pero
sólo a las cinco de la tarde, los blindados salieron desde La Calera, a
escasos kilómetros de la ciudad, para retornar la calma.
El viernes 30, en medio de un paro general nacional que habían
acordado las dos CGTs, los últimos focos estudiantiles del barrio
Clínicas fueron acallados. Pero el golpe estaba dado. La dictadura no
volvería a ser la misma. “Se les acabó el verso de ‘primero el tiempo
económico, segundo el tiempo social, por último el tiempo político’.
Todo se les vino encima”, asegura Reinaudi.
Los más importantes dirigentes gremiales fueron condenados a la
cárcel por tribunales de guerra armados sobre la marcha y amnistiados
meses después.
Al igual que la Reforma Universitaria, el Cordobazo forma parte de
los hitos de la historia de la provincia que los cordobeses recuerdan
con orgullo. Tiempos en que no existía la Fundación Mediterránea y que
nadie sospechaba que los militares serían capaces de secuestrar,
torturar y matar a los militantes populares, para después robarles a sus
hijos. Aquellos dirigentes sindicales del ’60 esperan aún que Córdoba
recupere la memoria corporal que generó la efervescencia, las
convicciones y la organización de todo un pueblo luchando en las calles
para vivir según su propio designio. “Nosotros tenemos una pretensión
muy ambiciosa: conquistar el derecho a ser los herederos de aquella
expresión sindical”, concluye Oscar “Cacho” Mengarelli, secretario
general de la CTA Córdoba.
Las puebladas de mayo del 69
El 15 de mayo de 1969 Corrientes fue la chispa que encendió la mecha
del estallido social que terminaría con las ínfulas del dictador Juan
Carlos Onganía. Han pasado 40 años del “Correntinazo”, hecho histórico
considerado emblema de la resistencia estudiantil y popular al
“Onganiato”. En 1969, estudiantes de la Universidad Nacional del
Nordeste (Unne) protagonizaron una masiva lucha contra la privatización
del comedor universitario, recibiendo el apoyo de gremios e importantes
sectores populares de toda la provincia.
En la represión a una de las tantas manifestaciones, cae asesinado el
estudiante de medicina de 4º año, Juan José Cabral. Para repudiar el
hecho y apoyar la lucha estudiantil, se movilizaron miles de
correntinos, lo que se conoció como el “Correntinazo”. Días después se
dio el “Rosariazo” y el “Cordobazo” que hirieron de muerte a la
dictadura de Onganía.
Esa lucha estudiantil logró que no se privatice el comedor de la Unne
y dos años después, en 1971, se consiguió derogar el ingreso
eliminatorio en la Facultad de Medicina.
Héctor Quagliaro, histórico dirigente de ATE, recientemente
fallecido, fue el líder del Rosariazo en su condición de secretario
general de la CGT de los Argentinos en esa ciudad santafecina. Así
recordaba los hechos el “Colorado” Quagliaro:
“El primer Rosariazo fue el 21, 22 y 23 de mayo y se generó porque
habían matado a un estudiante en Corrientes. Se hizo una marcha del
silencio, Raimundo Ongaro que era el Secretario General de la CGTA
nacional, mi compañero de siempre, me mandó a que participara. Yo fui
con dos estudiantes de Rosario, Walter Pereyra que era del FEN, y el
chico Fernando Lagruta, que fue después asesinado por el proceso
genocida. Era de Integralismo, un grupo social cristiano. Y bueno,
después acá hicimos una reunión y avanzamos en decretar una
movilización. Acá lo matan, el 16, a Bello. Yo estaba en el Obispado de
Resistencia, en el Chaco, con la juventud del Chaco que era muy valiosa,
había estado dando charlas allí, y me avisan de la muerte de Bello, en
la galería Melipal, porque salieron a manifestar ante el comedor
universitario que estaba por la calle Corrientes.
Entonces yo vuelvo para Rosario, hay una movilización de los
estudiantes, y matan a un joven, que era estudiante y obrero
metalúrgico, Blanco, frente a LT8. La disculpa de la policía fue que
decían que iban a tomar LT8, lo cual no era cierto ya que el objetivo no
era ese. Un estudiante que después se recibió y fue político, Aníbal
Reynaldo, lo quiso ingresar al Sanatorio El Palace, que estaba acá en la
calle Italia, la policía se lo impidió y el chico murió desangrándose
en la calle. En el velatorio de este chico se reunieron más de 10 mil
personas acompañando el féretro hasta el cementerio. Así que bueno, esos
hechos han quedado registrados como los hechos de masas más importantes
de la ciudad.
El segundo Rosariazo se produce en septiembre de 1969 cuando estalla
un conflicto ferroviario por la suspensión de dos compañeros que eran
militantes sindicales, la Unión Ferroviaria estaba intervenida, se llamó
a una asamblea, se autoconvocó a una asamblea en la Unión Ferroviaria.
Yo participé en mi carácter de Secretario General de la CGTA, ellos
decidieron un paro, traspolamos eso a un plenario de todos los
sindicatos de Rosario y se resolvió hacer un paro general con
movilización. En ese tiempo, no sé si la palabra correcta es ésa, pero
inauguramos un nuevo mecanismo de protesta, que ya no era el paro como
se decía "dominguero", sino que convocábamos a la ciudad, o dividíamos a
la ciudad en zonas y convocábamos desde las 10 de la mañana a
encontrarse en determinado lugar a todos los sectores organizando en
cada zona, para confluir en el centro. Eso produjo una represión, y
bueno, se lanzó allí el paro de septiembre, que fue el segundo
Rosariazo, que tuvo también una connotación social muy importante”.
Palabras de Quagliaro.
*Periodista; Equipo de Comunicación de la CTA Córdoba
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