Es la fecha en que celebramos el Día del Periodista, en honor al
nacimiento de aquel medio de comunicación que difícilmente podría haber
sido definido como “independiente”, pero que era una herramienta
indispensable para acompañar el proceso de una verdadera independencia y
la construcción de una república libre y soberana.
Desde la visión de Mariano Moreno, la comunicación debía estar al
servicio de la liberación y apuntalar aquellos tres valores enarbolados
en 1789 por la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Y
debía estar al servicio del proyecto de patria que él propuso en su Plan
de Operaciones.
Allí sostuvo que “la unión hace la fuerza” y que el Estado debe crear
“un orden de industrias, lo que facilitará la subsistencia de miles de
individuos”, desarrollando “fábricas, artes, ingenios y demás
establecimientos como así en agricultura, navegación, etc.”. “La
consecuencia de tal política -concluye Moreno- será producir en pocos
años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de
buscar exteriormente nada de lo que necesita para la conservación de sus
habitantes”.
Lamentablemente, la sospechosa muerte de Moreno, menos de un año
después, truncó este proyecto. Y su periódico, dejó de publicarse en
1822, cuando la revolución de Mayo comenzaba a ser desvirtuada por
quienes se conformaban con desplazar el eje de la dependencia de España
hacia Inglaterra. También, por supuesto, se dejó de lado aquel Plan de
Operaciones. Ese texto es una medida de hasta qué punto está inconcluso
ese sueño de país autónomo, industrial y con igualdad social.
El proyecto que se impuso, del cual la Argentina actual es heredera,
fue el de un país para la elite del patriciado porteño, concebido por
los intelectuales de la llamada Generación del 37, como Esteban
Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Juan Cruz Varela (uno de los
instigadores de que el unitario Juan Lavalle fusile al federal Manuel
Dorrego, en uno de los crímenes políticos más graves de la historia
argentina).
De defender este otro país se encargaron otros medios, mucho más
longevos que La Gazeta, como el diario La Prensa, fundado el 18 de
octubre de 1869 por José Clemente Paz; o La Nación, fundado el 4 de
enero de 1870 por Bartolomé Mitre, personaje emblemático de la liberal y
eurocentrista Generación del 80. Otro arquetipo de esa generación, el
general Julio A. Roca, encabezaría la Campaña al Desierto, el genocidio
de descendientes de pueblos originarios de la Patagonia. Las 1.323
víctimas directas, los 2.320 hombres guerreros y 10.539 mujeres y niños
tomados prisioneros -según el informe del propio Roca al Parlamento-
muestran la particular modalidad con que se puso en práctica el
“gobernar es poblar” enunciado por Alberdi.
Esa generación apostó a la inmigración del norte de Europa, pero los
que vinieron fueron los europeos meridionales, los turcos y los árabes.
Muchos de esos italianos y españoles expulsados por la crisis económica
trajeron el pensamiento socialista y anarquista que se expresaría a
través de numerosos órganos de prensa militante cuyo objetivo -con
diversos matices- fue crear conciencia en la clase trabajadora.
Decenios de infamia mediática
Esto ocurría en la llamada “década infame”, mientras los diarios
liberales continuaban acompañando la entrega del país. Por ejemplo, en
el escandaloso pacto Roca-Runciman que derivó en el debate de las carnes
y el asesinato del senador santafesino Enzo Bordabehere, allegado a
Lisandro de la Torre, el gran crítico del negociado perpetrado por el
gobierno de Agustín P. Justo.
A estos diarios se sumaría, el 28 de agosto de 1945, el diario
Clarín, hoy el multimedio más poderoso de la Argentina gracias, entre
otros factores, a la ley de radiodifusión decretada durante la dictadura
militar y perfeccionada luego en su espíritu discriminatorio y
monopolista durante el menemismo, o sea, en la “segunda década infame”.
Lo ocurrido entre estas décadas “infames” es historia más cercana y
acaso más conocida, pero conocida según la versión de los mismos medios
hegemónicos que han ido gravitando cada vez más en la dramática historia
política de nuestro país.
Por ejemplo, en la década de 1950, contribuyeron a desestabilizar el
gobierno constitucional de Juan Perón y avalaron crímenes alevosos como
el bombardeo aéreo contra la Plaza de Mayo y el golpe de estado de 1955,
que dio inicio a la autodenominada “Revolución Libertadora”.
Lo volvieron a hacer en la década del 60, cuando se dedicaron a
ridiculizar al presidente constitucional Arturo Illia, a elogiar a la
dictadura que lo derrocó y su plan económico, a encubrir sus crímenes y a
demonizar a las manifestaciones populares, tanto a los movimientos de
masas que derivaron en protestas como el Cordobazo, como a la militancia
revolucionara que derivó en la lucha armada.
Durante los 70, encubrieron los crímenes -mucho más alevosos y
sistemáticos- de otra dictadura, esta vez con cortinas de humo tan
eficaces como el Mundial 78 o con cortinas que suponían nuevos crímenes,
como la Guerra de Malvinas, en la que los medios tuvieron una actitud
de escandalosa complicidad y mentira. Mientras desaparecía un centenar
de trabajadores de prensa (el 1,6 por ciento del total de
desaparecidos), el gobierno militar premiaba con la entrega de la hasta
entonces empresa estatal Papel Prensa a las manos privadas de Clarín y
La Nación.
En la década del 80, garantizaron la impunidad del terrorismo de
Estado, elaboraron la “teoría de los dos demonios” y se encargaron de
obstruir cualquier intento de revertir el modelo económico de la
dictadura, como ocurrió cuando Ambito Financiero adelantó los
lineamientos del Plan Austral de Raúl Alfonsín generando un virtual
sabotaje por las corridas bancarias que generó esta “primicia”. Una
perla de esos años, es el título de ese mismo diario a propósito de la
retirada anticipada del gobierno de Alfonsín: “Golpe de Mercado”. “Esta
Argentina democrática no quiere más golpes de Estado militares pero ha
adoptado una estrategia para defenderse de la demagogia de los
políticos”, decía Ambito Financiero. Toda una confesión.
En los 90, jugaron un rol clave en la consolidación del modelo
económico, impuesto ya sin violencia a través de la bendición mediática
al menemismo y sus privatizaciones, la apertura indiscriminada al
capital extranjero y la obediencia ciega al Fondo Monetario
Internacional, además de la actitud resignada ante una corrupción
considerada “un costo menor” del modelo.
Y en lo que va de esta primera década del milenio, se dedicaron
primero a restaurar la gobernabilidad luego de la revuelta popular del
19 y 20 de diciembre del 2001, y ahora se empeñan en oponerse a todo lo
que signifique revertir el modelo neoliberal, recuperar el rol del
Estado en la economía y distribuir más equitativamente la riqueza. Al
mismo tiempo, prohijan la represión y la tolerancia cero frente a
consecuencias sociales del sistema, como la pobreza, el delito marginal y
la protesta (salvo, por supuesto, cuando la que protesta es la gente
bien).
La “mano invisible” de la política
El rol que han asumido las grandes empresas periodísticas en estos
momentos históricos en los que se han dirimido distintos modelos de país
nos permite ver cómo, más que “testigos” o “mediadores” como suelen
presentarse, son en realidad poderosos “actores” de la política, la
economía y la cultura. Tal vez la “mano invisible” de la economía sea un
mito liberal, pero en política la mano invisible son los medios. Una
mano con el poder de visibilizar aliados e in-visibilizar adversarios
ideológicos.
Mientras tanto, en tiempos “normales”, se han dedicado a cumplir “una
función esencialmente desorganizadora y desmovilizadora” de la
ciudadanía, como dice el investigador Armand Mattelart. La estrategia de
doble juego que observa este belga estudioso de la comunicación en
Latinoamérica, puede ilustrarse en la actualidad argentina con el
prolongado conflicto entre el Gobierno nacional y las entidades del
agro: los medios que habitualmente se dedican a entretener, despolitizar
y predicar el individualismo, frente a un conflicto que puso en juego
intereses propios y/o de aliados, repentinamente se ideologizaron y
desplegaron una comunicación militante. Sin ningún tipo de pudor,
dejaron de lado el objetivismo y asumieron una subjetividad explícita y
entusiasta.
En aquel momento, fue a favor de los intereses de los agro-negocios
(en los que los medios de comunicación participan en forma directa, como
Clarín, La Nación y La Voz del Interior, coorganizadores de la Expo
Agro junto con la Sociedad Rural). Hoy, es a favor de sus intereses
económicos directos, que se ven afectados por la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual. La virulenta y constante campaña en contra de
esta norma, que refleja los principios y los anhelos de numerosos
sectores sociales que desde mucho antes que el matrimonio Kirchner
vienen bregando por la democratización de los medios, pone en evidencia
que éste era un debate central para la sociedad argentina y que estaba
demorado desde la vuelta a la democracia.
De Napoleón a Deodoro Roca
Es saludable que el Bicentenario encuentre una Argentina politizada,
que discute al poder y dentro de ese poder al poder de los medios de
comunicación. Justamente, para reforzar lo saludable que es ejercer la
memoria histórica, me gustaría terminar con dos citas. La primera es una
secuencia de titulares de la prensa francesa en 1809 -un año antes de
nuestra Revolución de Mayo- referidos a un personaje que primero fue
revolucionario y luego dejó de serlo, un tal Napoleón Bonaparte.
1809:
9 de marzo: El monstruo escapó de su
lugar de destierro.
10 de marzo: El ogro corso ha
desembarcado en cabo San Juan.
11 de marzo: El tigre se ha mostrado
en Gap. Tropas avanzan para detener su marcha. Concluirá su miserable
aventura como un delincuente en las montañas.
12 de marzo: El monstruo ha avanzado
hasta Grenoble.
13 de marzo: El tirano está ahora en
Lyon. Todos están aterrorizados por su aparición.
18 de marzo: El usurpador ha osado
aproximarse hasta 60 horas de marcha de la Capital.
19 de marzo: Bonaparte avanza a
marchas forzadas, pero es imposible que llegue a París.
20 de marzo: Napoleón llegará mañana
a las murallas de París.
21 de marzo: El emperador Napoleón
se halla en Fontainebleu.
22 de marzo: Ayer por la tarde Su
Majestad el emperador hizo su pública aparición en las Tullerías. Nada
puede exceder el regocijo universal.
La otra es una cita más cercana a nosotros en tiempo y espacio.
Pertenece al hombre que en 1918 impulsó la Reforma Universitaria de
Córdoba. En un editorial para el periódico “Flecha, por la paz y la
libertad de América”, en 1935, Deodoro Roca, escribía esto: “No tenemos
armas para más largo alcance. Sólo la ‘Gran Prensa’ dispone de ellas.
Pero le sirven (más aún mientras más poderosas las hace el crecimiento
técnico) para una especie de ‘Paz Armada’ del pensamiento. Máquinas
prodigiosas. Millones de escribas. Publicidad pasteurizada… Paz Armada
del pensamiento. Eso es, a eso ha llegado con su prodigioso crecimiento
técnico, la ‘Gran Prensa’. Es la proa de vastas empresas comerciales
enlazadas por una monstruosa trampa. Alguna vez la máquina servirá para
la liberación del hombre”.
Deodoro Roca escribió esto en un tiempo difícil, el de aquella
“década infame” que inauguró los golpes de Estado en la Argentina, la
misma década en que el fascismo se apoderaba de la ilustrada Europa de
la libertad, la igualdad y la fraternidad. Hoy, que soplan vientos de
memoria histórica y frescura política en nuestra América Latina, quizás
sus palabras puedan convertirse en realidad.
* Secretario de Comunicación y Difusión de la CTA Córdoba Capital.