(APe).- La mayor cantidad de divisas que
entran al país son las originadas por la exportación de la soja y sus
derivados. El gran problema que la mayoría de ese dinero queda en un
puñado de multinacionales. Un modelo de desarrollo impuesto desde afuera
y que poco tiene que ver con las necesidades internas. Tanto es así que
la imagen de la pampa en la que pastorean las vacas o las ovejas ya
forman de un pasado melancólico. De allí que muchos eligen las islas del
delta del Paraná para inventar una nueva pampa arrasando mediante el
fuego la vegetación originaria. La industrialización de la soja avanza y
se lleva puesta la vieja llanura y la biodiversidad que alguna vez
caracterizara a la Argentina.
Pero no solamente se lleva puesta
la naturaleza sino también la vida de los trabajadores.
Alguna
vez desde estas columnas se comentó el efecto de los plaguicidas sobre
los chicos banderas, aquellos pibes que usaban sus cuerpos como
señaladores para que los aviones rociaran el campo con productos
químicos altamente tóxicos. Vidas rematadas por centavos en el altar del
dios de la rentabilidad sojera.
Ahora también aparecen otros
cuerpos estragados.
Los cuerpos de los camioneros, los que
supuestamente están defendidos por el gremio más poderoso del país,
corazón de la vieja CGT.
Pero no hay palabras de los líderes
obreros tradicionales y muy afines al gobierno con respecto a los
camioneros que mueren por efecto de las intoxicaciones luego de usar al
propio vehículo como silo andante.
Las noticias aparecen en las
secciones policiales de la provincia de Santa Fe, en cuya geografía
están asentadas las compañías internacionales.
Dice la
información que “un camionero que transportaba soja murió (en estos
días), y una cantidad no precisada de estos trabajadores habría
fallecido en los últimos años por intoxicación con pesticidas, según
denuncias de la Federación de Transportadores Rurales Argentinos y de
entidades ambientalistas. Las muertes se habrían producido porque, para
abaratar costos, en vez de bajar la carga para fumigarla, se aplica el
tóxico en el interior del camión. La Federación responsabiliza a las
firmas exportadoras, entre ellas Cargill, Louis Dreyfus, Bunge &
Born, ADM, Nidera, Toepfer y Terminal 6. El representante de una entidad
ambientalista agregó que el procedimiento de echar el tóxico adentro
del camión es de uso generalizado en puertos de exportación, incluso en
Quequén y Bahía Blanca”, sostienen los medios de comunicación
regionales.
La vida de los camioneros no vale nada para las
multinacionales.
Para ellas lo único de valor es la soja y sus
derivados.
Cargill, por ejemplo, facturó durante 2008, 19.700
millones de pesos, es decir, 38 mil pesos cada sesenta segundos. Bunge,
más de 18 mil pesos por minuto. Dreyfus, también. Aceitera General
Deheza, más de 16 mil pesos facturados cada sesenta segundos. Nidera,
más de diez mil pesos por minuto. Toepfer, más de seis mil pesos cada
sesenta segundos y Noble, más de 5.600 pesos por minuto.
Ese es
el valor ante el cual la vida de un camionero no vale nada.
En el
altar de la soja son inmolados los viejos campos ubérrimos y las vidas
de los trabajadores, chicos y grandes.
Todo sea por la balanza de
pagos, la seguridad jurídica, la inserción argentina en el mundo, las
inversiones y demás mentiras que solamente garantizan la impunidad del
dinero. Del otro lado, la vida de las mayorías que -como siempre-
esperan una nueva oportunidad de respeto en estos arrabales del mundo.
Fuente de datos:
Diario
Página12 13-05-10
Agencia Pelota de Trapo
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