Parece que la violencia ha tomado a la provincia de Córdoba, pero cuidado, hay que prestar atención qué se señala cuando se habla de violencia. Podría decirse que violencia es cuando mediante la amenaza, o la acción directa en contra de la integridad del otro, se pretende que alguien haga o acepte cosas que van en contra de su voluntad. A veces esa violencia adquiere el carácter de física, otras se queda en lo verbal y otras utiliza mecanismos previstos en la vida democrática para, vaciándolos de contenidos, usarlos contra el pueblo.
Violencia es herir los derechos, amenazar, irrumpir a las patadas en las casas de representantes de los trabajadores y arrastrarlos hasta las cárceles de esta Córdoba que está tomada por esa violencia.
Pero claro, es difícil conseguir la foto de un gobernador recortando los derechos de los trabajadores: sacándole plata jubilados y modificándole las reglas para jubilarse a los trabajadores activos.
No resulta fácil tener la imagen del momento justo en que los legisladores traicionan el mandato del pueblo, haciendo oído sordo a los reclamos de la gente. ¿Cuándo se convencieron que la voluntad del pueblo se agota el día en que los eligen y luego ellos pueden hacer lo que quieran?. Pretender que la gente acepte que le recorten los derechos es realmente violento, tan violento como el hecho de que en esta Córdoba del tercer milenio se hable de que hay listas de gente que en horas será metida presa por haber participado en las protestas, cuando hay cientos de crímenes que no se esclarecen, cuando hay policías que pegan a los ciudadanos, cuando existen funcionarios sospechados que siguen cobrando todos los meses y un largo etcétera de golpes de desatino al cuerpo social. ¿Quiénes son los que justifican esa violencia? ¿Quiénes la ordenan?
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