Según publicó recientemente la FAO, agencia de las Naciones Unidas que se ocupa de la alimentación y agricultura, en el mundo se contabilizan mil veinte millones de seres humanos que consumen menos calorías diarias que las necesarias para un sano desarrollo. Mil millones de hermanos que sufren hambre, uno de cada seis seres humanos. Lejos de presentar mejoras en la situación, el informe señala que en el último año la cifra fue engrosada con cien millones más de hambrientos.
No se trata de un problema de falta de elementos para la producción de alimentos, incluso en algunos países la comida sobra y termina tirándose parte de ella en contraste con lo que sucede en otros lugares donde se sufren grandes hambrunas. Claro que, en general, no se produce pensando en las necesidades alimentarias de la población sino ajustándose a lo planteando por los mercados. Por eso, observando el problema atentamente, se ve que si bien hay zonas en las que falta agua u otros elementos para la siembra, la principal dificultad es cómo se planifica esa producción.
De las mil millones de personas que padecen hambre en el mundo, dos terceras partes viven en Asia, en tanto que doscientos sesenta y cinco millones están en la Africa subsahariana. Por otra parte vemos que en Latinoamérica y el Caribe la suma de hambrientos llega a cincuenta y tres millones de seres humanos, con el triste panorama que en el último año, lejos de decrecer la cifra fue aumentada en un 12%.
Si existiendo condiciones para producir alimentos suficientes para cada ser humano existen mil millones con hambre, lo menos que puede decirse es que las cosas no están bien. Es claro que no es el hombre lo principal en las preocupaciones del sistema que gobierna gran parte del mundo. La FAO en sus informes suele señalar, como causa de esta lamentable situación, a los desajustes estructurales, falta de agua, concentración de recursos, este año ha agregado la crisis económica mundial y el aumento del precio de los alimentos como nuevas razones que agudizan el problema.
De esto el caso más sensible es el de los niños. En nuestro país, según sostiene un documento del Instituto de Estudios y Formación de la Central de los Trabajadores de Argentina, para el año 2008 existían seis millones trescientos mil menores de 18 años en estado de pobreza, de los cuales tres millones cien mil directamente pasan hambre de manera diaria. No hay datos para pensar que la situación ha mejorado.
Es claro que esta tragedia, silenciosa para quienes no quieren escuchar ni ver, no es una fatalidad escrita en proceso natural alguno. En realidad el hambre tiene culpables que trabajan para la desigualdad social desde siempre. Desgraciadamente son muchos los que a lo largo de nuestra historia han comido y disfrutado de riquezas gracias al hambre de muchos otros.
Cuando decimos que el hambre tiene culpables, que está planificado, surge la pregunta acerca de los motivos de ello. La respuesta es que el hambre es un disciplinador social que forma parte del proyecto de quienes continúan beneficiándose con la concentración económica. En Argentina, como en otros lugares del mundo, existen quienes dicen preocuparse por esta realidad, así hablan del hambre desde grandes corporaciones económicas pero es claro que esa preocupación sólo es cinismo si no se asume que debe desarrollarse una real distribución de la riqueza y, en lugar de tratar de que la crisis la paguen los trabajadores, tener en cuenta la productividad ganada y acumulada en años de crecimiento económico. Por nuestra parte los trabajadores tenemos en claro que no pagaremos la crisis de los capitalistas y que el hambre es un crimen que tiene responsables. Ningún ser humano puede dormir tranquilo si tiene la sensibilidad necesaria para escuchar el ruido de las pancitas hambrientas de nuestros hermanos.
Jesús Chirino
Sec. Derechos Humanos
CTA Villa María
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