viernes, 7 de diciembre de 2007
¿Víctimas de la Ciencia?
El gran Roberto Arlt en “Los Siete Locos” relata la historia de un ciego –no tan ciego– que recurría al ardid de colocarse unas antiparras azules, unos vendajes sobre el rostro, tomarse del brazo de un lazarillo –no tan lazarillo– y exhibir un cartel que rezaba “Víctima de la Ciencia”. Toda esa estratagema estaba orientada a recaudar unos cuantos centavos en concepto de “limosna”. Claro que según argumenta Arlt, la mendacidad estaba prohibida, por lo que estos personajes entregaban a cambio de esas monedas un paquete con caramelos que todos rechazaban, ya que el sobre de papel de seda que los contenía estaba ajado, mugriento y muy deteriorado. Así andaban estos dos personajes por el Buenos Aires de la década infame. Cuando algún transeúnte inquiría una respuesta respecto a la ceguera del falso “científico”, un verdadero pillo de envergadura, el lazarillo respondía: “Perdió la vista en el laboratorio, ofrendándosela a la ciencia y a la humanidad”. La tragedia acaecida en la Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC) derrumba el realismo arltiano hasta pulverizarlo, mezcla los personajes y nos posibilita una reflexión.
Cuando el foco ígneo de un mechero bunsen hizo estallar los tanques de combustible altamente volátil, almacenados sin precauciones en un laboratorio sin la ventilación adecuada, la trama de una realidad –siempre denunciada, siempre postergada en la agenda estatal– quedó mortalmente al descubierto. El abandono, la desidia, la falta de seguridad –y cuando no de infraestructura, salarios e insumos académicos– que caracterizan a la universidad pública actual, fueron las verdaderas causas de la tragedia. Esta tragedia comenzó en el mismo momento en que la universidad pública –Ley de Educación Superior de por medio– para asegurar su propio “devenir” y ante el abandono del Estado, o los magros presupuestos asignados por éste, se vio en la obligación de “gestionar recursos mediante asociaciones estratégicas con empresas privadas”. La tragedia comenzó en ese mismo momento porque es misión de las universidades públicas maximizar la producción de conocimiento científico para que éste redunde en beneficio de la Nación, y es misión de las empresas maximizar por todos los medios sus niveles ganancia aún en perjuicio de la Nación.
A los efectos de la Ley de Educación Superior las universidades deben responder con sus bienes a las deudas que contraen –como si esas deudas no se originaran en el desentendimiento que sobre la realidad universitaria el Estado ha sostenido durante casi cuatro décadas. En el camino de preservar lo poco que quedaba de aquella universidad pública que marcaba rumbos en Latinoamérica, los cantos de sirena del libre mercado globalizado neoliberal ensalzado en la etapa menemista, impulsó a algunos académicos –no tan académicos– a ponerse unas antiparras azules y así evitar –por “igualación cromática”– ver que el cielo de la ciencia argentina se caía a pedazos. Como se suele decir, la realidad es tal, de acuerdo al cristal con que se la mire.
Con las antiparras –o anteojeras, si se prefiere– ya bien calzadas, es decir, ciegos por los nuevos paradigmas globalizadores, o mudos por la cobardía de callar, muchos “gerentes académicos” –rectores, vicerrectores, decanos, secretarios y demás– se cubrieron con los vendajes de la excusa –“es lo único que nos queda por hacer”– y se tomaron del brazo del perverso y avaro lazarillo del mercado, dispuestos a transcurrir junto a éste la “segunda década infame”. Cuando la universidad se subordinó –en mayor o menor medida– al mercado, las pautas que rigen al último comenzaron a ser moneda corriente en los claustros. Académicos con contratos basura, tareas a término, precarización de la función académica, racionalización coyuntural de los recursos, gerenciamiento de la función de extensión, control oligárquico de los grupos productores de conocimientos (un académico propio, más que un académico, es un amigo), primacía del esquema de coordinación política por sobre los tradicionales esquemas coordinación académica y/o técnica, redistribución del poder en blogs coyunturales de asociación con el mercado, etcétera, constituyen, entre otras, revelaciones concretas de que la lógica de mercado se instaló en la universidad pública argentina, incluso, en nuestra Universidad Nacional de Villa María, que no fue, ni es ajena al fenómeno.
Si en una fábrica se exponen los obreros a riesgos innecesarios, si en la construcción las medidas de seguridad son desatendidas por resultar onerosas, si las enfermedades profesionales prosperan en la industria, si la precarización laboral en casi todas las ramas de la actividad productiva son una constante , si en el mercado la competencia hace que sobreviva el más fuerte y que el más débil quede postergado, ¿por qué la universidad no puede correr la misma suerte que la sociedad?, argumentaron los nuevos gurúes universitarios parapetados en el Consejo Interuniuversitario Nacional (CIN) con mayoría “artificial” del menemismo y, especialmente, en la CONEAU. Triste destino el de un país que convierte la ciencia en mercancía, a los científicos en prestadores de servicios y a la universidad pública en un nodo más del sistema productivo privado. Es que Docencia, investigación y extensión poco tienen que ver con memorias y balances. Es que el gobierno colectivo de los claustros, poco tiene que ver con una gerencia corporativa. En el mercado los errores de gran magnitud se pagan con la reducción de los niveles de ganancia, en las universidades, errores de igual tenor, como hemos visto en Río Cuarto, se pagan con muertos y heridos.
Enfrascados en el formalismo académico las máximas autoridades de la UNRC, respaldados incondicionalmente por sus “lazarillos” de coyuntura –no tan lazarillos, como hemos visto– han comenzado la investigación. Extraño juego de juez y parte que la vida académica, por la moral que la caracteriza, suele tener instalada. Las empresas, por propia definición son amorales y la asociación de ambas para “echar luz sobre los terribles y penosos acontecimientos” suscita poco margen de confianza social. No habría de extrañarnos que ante el horror vivido, algunos pillos –de uno y otro sector– nos quieran entregar a cambio de la verdad un ajado, mugriento y muy deteriorado envoltorio de papel de seda, repleto de amargos caramelos de impunidad.
El manifiesto de 1918, espíritu de la Reforma Universitaria que recorrió todos los rincones del mundo expresaba: “las vergüenzas que nos quedan, son las libertades que nos faltan”. El neoliberalismo en la universidad pública ha aumentado el stock de vergüenzas y ha suprimido –por onerosas– las libertades. Aún así, la justicia sigue siendo nuestro más preciado anhelo. Solo podemos peticionar juicio y castigo a los responsables de la dantesca tragedia ocurrida en la UNRC. Solo podemos solidarizarnos con las víctimas y sus familiares, “Víctimas de la Ciencia”, porque el holocausto de aquel laboratorio evidenció la urgencia de debatir seriamente el perfil de la universidad pública actual y la concepción de ciencia que como institución educativa y social la misma deberá sustentar de ahora en más. Desde la Central de Trabajadores Argentinos –CTA– estamos dispuestos a sumarnos al debate, debate que debe orientarse tras la consecución de una ciencia nacional autónoma y socialmente comprometida. Tal vez el fuego de la tragedia, queme al fin, nuestras últimas vergüenzas universitarias.
Escribe: Lic. Ricardo César Carballo
Docente e Investigador – CTA Villa María
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