sábado, 15 de diciembre de 2007

Testimonio de un alumno de María Elena Alcázar de Cavagliato

Es duro escribir cuando la escritura que nace refiere a la muerte de aquella persona que supo enseñarme a amar la escritura. Es difícil escribir en primera persona del singular, ella me enseñó de la hermosura y formalidad de la tercera persona del plural, la que nunca abandoné. Es difícil ensayar la justicia del recuerdo en primera persona, es cierto, pero a veces la vida nos pone en esa encrucijada. María Elena Alcázar de Cavagliato era de esas profesoras que dejaban la vida en el aula y en los sueños. Amaba las letras, tal vez las amaba demasiado, aunque su mejor secreto era el de saber enseñar a otros a amarlas. Tenía ese ángel que entusiasmaba a cualquiera, aún al más escéptico, a ese al que nada le importaba. Era su oficio, el oficio de convencer en base a la belleza, a la literatura, a su docencia. Entre los educadores suele decirse que si un docente despierta "aunque sea en uno solo de sus alumnos" una vocación verdadera, su labor habrá valido la pena. Por eso quiero dar testimonio de que la labor de María Elena dio sus frutos, al menos conmigo. Algunos me asocian con la escritura, y esa asociación es, antes que nada y después de todo, obra de María Elena, mi profesora de Literatura en el turno nocturno del "Comercial". Yo era simplemente un alumno, de esos que solían volcar en alguna hoja algunas ideas, siempre con errores de ortografía. De esos que por ahí ensayaban un poema, uno más entre todos. Un día supe mostrarle una de esas pequeñas producciones y los comentarios que me devolvió me sorprendieron, no había reparado en los errores de ortografía, sólo en lo que quería expresar. Desde ese día no había semana en que no llevase un texto, un poema, algo de prosa. Ella se tomaba el trabajo de leerlos en su casa y luego traerme, siempre, un comentario favorable y algunas "cositas por cambiar". Así escribí un par de cuentos, que pacientemente corrigió. Un día amanecí con la loca idea de publicar un libro, se la conté y me apoyó. Ella lo presentó una noche en el Comercial. Después de ese día, ya no hubo vuelta atrás, ninguna, cada día de mi vida fueron letras, letras, letras, letras. Hoy no podría vivir sin ellas, así de simple fue su legado. ¿Quién soy?, poco importa, me identifican con las letras y transito diariamente las calles de Villa María. Escribo, disfruto el escribir y me considero un obrero del teclado. Hoy sólo quiero dejar testimonio de que esta pasión por las escritura, ni tan perfecta ni tan imperfecta, tiene un origen claro en María Elena, La Profe con mayúsculas a quien siempre traté de usted, el usted que se ofrenda a los grandes. De ser cierto lo que dicen respecto a la misión de un docente, ella cambió a uno, forjó a uno, parió para el mundo de las letras a uno, que ese uno sea yo es simple casualidad, como dije, no importa quién soy sino "el que soy" gracias a su consecuente tarea educadora. Doy testimonio público de ello. María Elena Alcázar de Cavagliato se ha ido, pero la sobreviviremos sus sueños realizados, hombres que, hechos letras, llegamos al mundo por obra y gracia de ella. Moisés

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